Despedida

 El Diario Córdoba titulaba la mañana del 18 de noviembre “La ciudad amanece con un manto blanco y bajada de temperaturas”, pero en cuanto pasamos Cerro Muriano, la niebla levantó.

Me dirigía, esta vez sí, a despedirme de mi madre, esta vez para siempre. Pocas palabras se me ocurren para contar algo así.

En las últimas semanas, cuando me despedía de ella, el temor y la certeza se unían en mi cabeza pensando que esa era la última vez que le daría un beso… y al volver a casa, no sé por qué, se repetía en mí un recuerdo, no precisamente especial, más bien de rutina y normalidad: 

Era mediados de los años noventa, un sábado por la tarde en que ella libraría en el trabajo. Íbamos andando desde casa, por una Córdoba que ya no existe, a comprar a Simago, que ya tampoco existe, junto a las Tendillas. Mirábamos la cartelera del cine Góngora, que ya no existe como cine…. Y volvíamos a casa a colocar la compra y a preparar algo para cenar.

No se me ocurre nada más ahora mismo, pero quizá ese recuerdo de rutina y normalidad quiera decir mucho más de lo que ahora piense, porque seguro que esa rutina y normalidad tiene mucho más valor del que nunca le di.

Me viene a la mente el final de American Beauty, película que ya he citado en este blog, para describir precisamente lo que despierta en mí ese recuerdo:

“Cuesta seguir enfadado cuando hay tanta belleza en el mundo. A veces siento como si la contemplase toda a la vez, y me abruma… Mi corazón se hincha como un globo que está a punto de estallar… pero recuerdo que debo relajarme y no aferrarme demasiado a la vida.

Y entonces, fluye a través de mí, como la lluvia, y no siento otra cosa más que gratitud por cada instante de mi estúpida e insignificante vida...

No tienen ni idea de lo que les hablo, seguro. Pero no se preocupen, algún día la tendrán”

Descansa en paz.


Santander, 1983



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