Tristana
Hoy he vuelto a ver Tristana. Llevaba años sin verla y de nuevo he disfrutado de la película que tantas veces he visto. Y como todas esas veces me ha vuelto a sorprender.
He reído con las hidalgueces y formas decadentes de Don Lope, me he extasiado con la belleza hierática de Catherine Deneuve, he sufrido con los dolores físicos y emocionales de Tristana, asustándome con su transformación. Me he compadecido de los enamoramientos inútiles de don Lope y Horacio, he vuelto a sentir fascinación con escenas y diálogos como la entrada en escena de Fernando Rey, piropeando a una guapa toledana como si fuera un galán de zarzuela, o la de los adolescentes mirones y tocones en la torre de la catedral, en una secuencia de un morbo pocas veces superado en el cine. Me ha entrado hambre saboreando las migas de campanero, el cocido que prepara Saturna, y con el chocolate acompañado de dulces que don Lope toma conversando con los curas que presienten que le queda poca vida.
Y sobre todo he vuelto a pasear por Toledo, más bien por todas las toledos que salen en esa maravillosa película: la de verdad, la de las calles filmadas con una luz mortecina que le da, si cabe, más belleza aún; la recreada, que mete en plena plaza de Zocodover un precioso café bohemio decimonónico -qué ganas de asistir a una de esas tertulias que establecen alrededor de un café y de un anís los caballeros toledanos-; y sobre todo, la ciudad imaginada de Buñuel, esa Toledo imposible que quizá nunca haya existido en piedra, pero sí en las cabezas de gente cómo Cervantes, el Greco o Lorca, la Toledo que yo siempre busco cuando voy y a veces encuentro: observándola extasiado desde un cigarral, iluminada por la noche, o entrando por la puerta entreabierta de la iglesia de un convento en una tarde solitaria de agosto, o perdiéndome por los cobertizos para encontrar una vez más la plaza de Santo Domingo el Real, equivocándome gloriosamente por sus calles, tan solas, tan oscuras, tan enigmáticas como las vemos en la película.
Todo eso está en Tristana, todo eso y mucho más: Galdós y Buñuel, la bondad y la maldad, Toledo y el mundo...
Viendo Tristana tantos años después, creo que Buñuel tuvo mucha suerte de encontrar Toledo en su vida, pero creo que también Toledo tuvo mucha fortuna encontrándose con el sordo de Calanda, que tras buscar sin éxito en su juventud la mesa de Salomón por sus entrañas , volvió para retratarla y soñarla como sólo lo había hecho el Greco cuatrocientos años antes.
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