Volveremos a ser grandes


La de este año será una temporada para recordar, aunque por poco tiempo, porque vienen años mejores… ¿De verdad soy yo, cordobesista y cordobés de a pie, capaz de decir esto?
Me hice oficialmente cordobesista, o sea, abonado, hace veinte años, justo cuando vine a vivir a esta ciudad, y no sabía que inauguraba así una serie de encantos y desencantos – sobre todo – que iban a dar color blanco y verde a las tardes de los domingos. Fue gracias a mi primo Juan Pedro, que fue quien me había llevado por primera vez al viejo Arcángel a ver un partido del Córdoba, en la temporada 85-86, contra el Calvo Sotelo de Puertollano, que terminamos venciendo por un gol a cero, marcado in extremis por un Mariano Mansilla recién entrado al terreno de juego… ¡vaya comienzo!
Las temporadas pasaron en los años noventa en el pozo de la segunda B: cambio de estadio, presidentes mecenas, entrenadores, jugadores, viajes de la afición heroicos como los de Barakaldo y Elche, arbitrajes escandalosos como el famoso de Valle Gil contra el Levante… Todo ello con el denominador común de la fatalidad; ir a el Arcángel era sinónimo de asumir que el Córdoba jamás saldría del pozo: podría estar todo lo cerca que fuese posible de hacerlo, pero ya sabíamos que nunca iba a ocurrir; eso era algo que sólo le pasaba a otros.
Sin embargo todo cambió la última noche del último junio del siglo XX, noche grande para el cordobesismo, el Córdoba se la jugaba en Cartagena, y no voy a contar una historia por todos de sobra conocida. Yo entonces vivía lejos de Córdoba, y pude seguir (Sólo en conexiones esporádicas) el partido por la radio. Escuchar “¡Gol en Cartagena!” y llorar en la distancia, celebrando en la soledad el ascenso del Córdoba, me hizo sentir que todo era posible después de tanta indolencia y fatalidad. Al día siguiente, pude poner imagen a lo que había imaginado por la noche, compartiendo por teléfono la alegría del ascenso con los amigos cordobesistas, (que estaban en las Tendillas),  viendo en televisión las imágenes de los goles: Óscar Ventaja gritando “podemos” en un estadio en silencio, y – la imagen fetiche para mi cordobesismo – Márquez Campos invadiendo el terreno de juego para abrazar a Ramos por el gol definitivo.
La primera década del siglo XXI vio al Córdoba en segunda división y, aunque volviera a dar con sus huesos en segunda B dos temporadas, ahí estaba  don José Escalante, el cordobesista con mayúscula,  para repetir ocho años después lo conseguido en 1999; una vez roto el maleficio, por qué no iba a volver a ocurrir. Aún así, en segunda, volvimos a caer en esa desgana tan cordobesa, tan fatalista tan ya lo decía yo, tan yo estoy cansado de ir al estadio a ver lo de siempre… la Córdoba que todos conocemos, y a salvarnos del descenso en la última jornada, o por fallos de otros (vaya momento el de Abraham Paz)
Al empezar esta temporada nadie – excepto los fieles de siempre, a los que tanto se debe – nadie daba un duro por este proyecto: que si el presidente no es cordobés, que si otra vez el experimento Paco Jémez, que si jugadores de tercera… y pasó lo que ya sabemos todos que pasó. Hoy a todos los cordobesistas se nos llenan los ojos de lágrimas viendo el llanto en el césped de la derrota del José Zorrilla a cordobeses cómo Paco Jémez, Fernández, Gaspar, Pepe Díaz, o  Javi Hervás... y aún más, si cabe, a foráneos como López Garai, Alberto, Patiño, Borja… que han hecho suya esa cosa tan extraña que es ser cordobesista. 


Hace horas que el partido de Valladolid ha acabado, y a mi mujer, cordobesista a tope desde hace poco, le intento explicar que la sensación que tenemos en este momento es ser cordobesista, aunque hoy tiene un sabor dulce desconocido para casi todos, gracias a un puñado de honrados profesionales. Hoy, habiendo acariciado con los dedos el sueño de primera, no veo mejor símil para la ciudad que el futbolístico: si queremos ser una ciudad de primera, deberíamos volver los ojos a lo que ha hecho Paco este año con la plantilla del Córdoba: equipo, humildad, unión, tesón, orgullo, trabajo, crítica, garra… y confiar en lo que viene de fuera, algo que tanto nos cuesta en Córdoba. Miremos el ejemplo de Alberto García o de López Garai.
Gracias equipo, por habernos dado una temporada tan maravillosa, por habernos hecho levantarnos del asiento tantas veces, y por demostrarnos que ser cordobesista no tiene que ver nada con la fatalidad.

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