Tristana
Hoy he vuelto a ver Tristana. Llevaba años sin verla y de nuevo he disfrutado de la película que tantas veces he visto. Y como todas esas veces me ha vuelto a sorprender. He reído con las hidalgueces y formas decadentes de Don Lope, me he extasiado con la belleza hierática de Catherine Deneuve, he sufrido con los dolores físicos y emocionales de Tristana, asustándome con su transformación. Me he compadecido de los enamoramientos inútiles de don Lope y Horacio, he vuelto a sentir fascinación con escenas y diálogos como la entrada en escena de Fernando Rey, piropeando a una guapa toledana como si fuera un galán de zarzuela, o la de los adolescentes mirones y tocones en la torre de la catedral, en una secuencia de un morbo pocas veces superado en el cine. Me ha entrado hambre saboreando las migas de campanero, el cocido que prepara Saturna, y con el chocolate acompañado de dulces que don Lope toma conversando con los curas que presienten que le queda poca vida. Y sobre todo ...