Cádiz, escandalosamente bonita
Fue justo al regreso de un viaje a Cádiz , un puente de
octubre, cuando leí en la prensa la descripción que Manuel de Solà-Morales, el
arquitecto y urbanista que abrió Barcelona al mar en los ochenta, daba de su
ciudad preferida:
"Cádiz es muy
excepcional, por su tamaño, por ese equilibrio que tiene en medio de un cierto
desorden volumétrico, por esa situación geográfica escandalosamente bonita
entre el mar abierto y el puerto, por la luz... No sé, Cádiz es una tacita de
plata, pero es mucho más..."
Jamás había leído una descripción a la vez técnica y
tan bella de Cádiz, mi ciudad total. Y
confirmaba, leyéndola maravillado, que los enamorados de Cádiz son, somos, legión.
Sería estúpido y estéril buscar el por qué del enamoramiento
de Cádiz, simplemente “es mucho más”. Me vuelve loco en verano, en otoño, de
día, de noche, naciendo o muriendo el sol, lloviendo, soplando poniente o
levante…Es la ciudad en la que el tópico se hace a la vez verdad y algo muy positivo:
la luz, el mar, la guasa…
Este verano he tenido la fortuna de ir a Cádiz de vacaciones,
nos hemos bañado en la Victoria, caminado hacia Cortadura, y hemos
experimentado el sublime placer de pasearla amaneciendo en un día laborable,
mientras se despereza y la gente empieza a habitarla con la rutina. No sé aún si
he soñado o si de verdad he visto salir el sol en la Caleta, si me he sentado
en una solitaria Plaza Mina mientras la regaban, si paseando por sus infinitas
calles en las que me sigue fascinando perderme y no saber si voy a aparecer en
la Alameda o en el Campo del Sur, he descubierto portales que guardan misterios,
he mirado extasiado la belleza decadente de las oficinas de la MacPherson, o me
he preguntado por qué hay un buzón de Correos en el patio de la casa en la que
nació Manuel de Falla.
Sé que he esperado a que abriera el primer puesto de la
plaza Topete para comprar flores y seguir dándole nombre a la plaza, que hemos
sentido una pena terrible cuando cruzaba el puente Carranza en dirección a la
península y que esa pena es, una vez más, la razón para volver.
Cádiz es la madre de la libertad española, las bombas que se
convierten en tirabuzones, la guasa de una chirigota del Carnaval, el viento
entre las macetas silbando por tangos, la Habana con más salero, es la tacita
de plata, pero como dijo Manuel de Solà-Morales, es mucho más.
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