Eternamente Roma
Ponerse a describir o a contar algo de Roma es una tarea que se lleva haciendo casi dos mil ochocientos años ab urbe condita, por lo que hablar de cualquier sitio, sensación, color, olor de la ciudad eterna sería añadir más a un abigarrado libro de viajes de todos los millones de afortunados aficionados que la hemos pisado, y no vamos a intentar imitar a Cicerón, Quevedo, Goethe, Stendhal o Moravia, porque lo que dijeron ellos, bien escrito queda.
Nunca pensé que una ciudad podía cambiarme tantos conceptos; hoy bromeo diciendo que desde que he estado en Roma, el Arte no será lo mismo para mí. Sin querer hacer una colección de postales manidas, pienso que todo el mundo debería ver la Capilla Sixtina, pasear por los foros imperiales hasta el Coliseo o ver la luz del sol penetrando por el oculus del Panteón de Agripa, en un efecto lumínico que no puede ser descrito de forma alguna.
Mi anterior visión de Roma era una mezcla de guía de viajes y de cine: la doliente y cruel de Rosellini en Roma, città aperta, la loca, viva y surrealista de Fellini en La dolce vita, la romántica, y felizmente triste de Wyler en Vacaciones en Roma, y sobre todo la poética, suburbial, y tierna de Nanni Moretti paseando en su vespa en Caro Diario. Estar allí ha hecho que la realidad haya superado a la ficción del cine, y me ha hecho ver que la Roma real es un escenario soñado para el cine, con lo que ahí va mi postal de Roma:
Volvíamos al hotel después de una larga caminata de turistas: guía y cámara en mano, ya de noche, bochornosa de agosto, tras haber visto desde el puente Sant’Angelo la ribera del Tíber dónde Audrey Hepburn y Gregory Peck bailan en una barcaza en Vacaciones en Roma, entramos al Parco Adriano – el parque que rodea el Castel Sant’Angelo – y oímos un diálogo en altavoz, nos acercamos a lo que parecía una pantalla de cine y, un patio de sillas se abrió ante nuestros ojos. En aquel lugar tan evocador, tan cargado de historia – como toda Roma – era maravilloso ver y escuchar hablar en italiano a Colin Firth y Geoffrey Rush en il discurso del re en un modesto cine de verano en la penumbra… La magia del cine seguía enamorada de la magia eterna de Roma.
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